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¿Privilegiar la fluidez por sobre la seguridad?


Durante la década del 80 se consolidó el criterio técnico de eliminar la mayoría de las avenidas de doble mano. La razón fundamental se basaba en un concepto esencial de seguridad vial. Por un lado perseguía reducir la tasa de probabilidad de siniestros en función de simplificar los cruces frontales y perpendiculares de las direcciones vehiculares (de tres o cuatro a sólo una) y , lo más destacable, reducir las tasas de morbilidad y mortalidad en caso de producción de siniestros al minimizar la posibilidad de colisiones frontales. No es ningún secreto que el impacto frontal es el tipo de impacto que mayor energía cinética transfiere a los cuerpos, haciendo que en el caso de los humanos las tolerancias a lesiones disminuya notoriamente e incremente el riesgo de consecuencias severas y muerte. Estas comprobaciones científicas indiscutibles son las que también fundamentaron (con mayor razón dada la magnitud de la velocidades máximas permitidas) la necesidad de separar las calzadas direccionales en las rutas y caminos rurales.
Ahora bien, desde hace unos tres años contemplamos un fenómeno inverso de retorno (¿retroceso?) a la implementación del doble sentido de dirección en las Avenidas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tres fueron los principales argumentos expuestos en forma pública por diferentes funcionarios, a saber:

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